sábado, 17 de octubre de 2009

SURVERSIÓN
Es un término que cree yo en 1999, cuando fui fundador y coordinador del Departamento, que bauticé como de:Ideas Visuales, en el Centro Cultural de la Cooperación, Corrientes 1543, Buenos Aires, Argentina. Después "solidariamente" fue copiado por un blog latinoamericano, como título, pese a que tenía registro de autor.
Aníbal Cedrón.

FORMAS TORTURADAS, Revista Ñ, Clarín, 04 de Diciembre de 2004 /Alberto Giudici



04 de Diciembre de 2004
Revista Ñ / Alberto Giudici
Formas torturadas
Q
uiérase o no, el hombre no es otra cosa que su memoria. Parado sobre el filo del espacio presente, el tiempo convencional, lo condena a convertir en recuerdo cada uno de sus fugaces segundos vividos. Cuando desaparece, se extingue con él su reminiscencia, y esa es la muerte.La clarividencia del artista consiste en detener las imágenes que día a día pueblan su existencia fabricándose un simulacro de inmortalidad, de la que tampoco tendrá conciencia. Morirá con la ilusión –sólo con ella- de que sus signos, si son válidos, vuelvan a trascender sucesivamente en la imaginación de los hombres futuros. Lo efímero en el arte y en todas las cosas, consiste en eso, ya que nada existe si no hay quien lo contenga en su recuerdo. Reflexionaba Pirandello ante la muerte del ser amado: “Tu vives porque yo te recuerdo, yo he muerto porque ya no me puedes pensar”.
Aníbal Cedrón pertenece a la generación que el poder trató de borrar del suelo de la Patria. Las dictaduras militares pretendieron un país descerebrado o lobotomizado para usufructo del capitalismo neo liberal, y estuvieron a punto de conseguirlo. Cedrón es un sobreviviente de esas luchas y por tanto asumió el insoslayable compromiso del ejercicio de la memoria. Por eso su obra nace desgarrada, recorriendo y resumiendo la tragedia de “la Nación inconclusa” –como denominó una de sus series- avasallada por enemigos internos y externos.
En “Humanidad acosada”, recreación de un trabajo de Carlos Alonso –otro gran testigo- deja expresada esa
hermandad de contenidos entre creadores para los que, dar fe de la realidad es el objetivo obligado del arte, sobre todo cuando se lo ha abrazado desde una concepción humanista y una estética expresionista, valores excluyentes de los divertimentos teórico-técnicos o de las especulaciones conceptuales.
Nacido en Santa Cruz en 1948, Cedrón sabe de extensas soledades, de vientos ásperos que aún arrastran los ecos fantasmales de las rebeliones patagónicas y los estampidos de los fusilamientos de los peones alzados contra la injusticia. Sabe del exterminio de los indios, a los que los asesinos, luego de degollarlos, les cortaban las orejas como muestra de cumplimiento eficaz para recibir la paga, que en la cercana Chubut, el señor Menéndez Betty concedía a los cómplices que se prestaban a la apropiación “civilizadora” de las tierras. Mucho antes Magallanes había jalonado de sangre y horror su rapiña, en cada una de las postas realizadas en búsqueda del Pacífico. Cedrón es hijo de esas comarcas del fin del mundo y de esas historias del horror transmitidas de boca en boca y desde una azarosa sobrevivencia.
El conocimiento de esos hechos del pasado signaron su infancia y le dejaron una indeleble impronta en la conciencia determinando el camino testimonial que eligió para su vida creadora. La historia cercana y el presente inmediato no diferían mucho de esa secuencia anterior de ignominias, de luchas y causas perdidas; tampoco se diferenciaban los roles de víctimas y victimarios.
De este modo pasado y presente fueron confluyendo en sus pinturas y dibujos con la misma intensidad, clamando por una sociedad más justa y un mejor destino para el hombre.
El carácter patético de su mensaje vuelve a resaltar en su serie “Presencia de lo ausente”, en obras como “El grito”, “La derrota”, “La destrucción del héroe”, “Fusilado”.
Ante estas imágenes, María Seoane se pregunta –y a su vez ensaya una respuesta- en el catálogo de la muestra que se exhibió el pasado año en el Centro Cultural Recoleta: “¿Qué nos dice Cedrón, qué con su arte? ¿Acaso también busca, como Diógenes con su linterna, la esperanza más incandescente? ¿El tallado en la piedra de la memoria nuestra, la más estruendosa plegaria para la paz sin olvido, para la piedad sin contrapartida, para el amor que redima, para la justicia que nos dignifique? ¿Qué nos dice el artista, qué?”Esta fue la vida infeliz que tuvimos. Esta es la vida que queremos cambiar.Precisamente esa necesidad de cambiar las cosas hizo que siendo muy joven, en 1964, radicado ya en la Capital y estudiando en el Colegio Nacional Buenos Aires, comenzara su actividad como dirigente estudiantil, por la que fue sancionado y más tarde, durante la resistencia contra la dictadura de Onganía, también fuera expulsado de las Facultades de Arquitectura y Filosofía y Letras. Desde4 entonces, su participación en el ámbito social y política fue constante e intensa y permanente su adhesión en todos los conflictos que abarcan las luchas reivindicativas de sus compañeros.La obra de Aníbal Cedrón se entiende con mayor claridad cuando se constata su actitud beligerante ante las diversas instancias existenciales que le ha tocado decidir. Se dijera, por ello, que a la hora de pintar o dibujar, se planta a dar pelea a la situación esbozada en la tela o el papel. Lo que crea y denuncia y en su capacidad transformadora.La breve disquisición que sobre la memoria hicimos en el acápite de esta nota, surgió precisamente, de esa voluntad expresada por Aníbal Cedrón de oponerse al vaciamiento sistemático de la conciencia, instrumentado por el imperio para asegurar su dominio.
No hay tiempo que perder, nos dice Cedrón con la memoria trémula, desde ese espejo de la realidad que son sus dibujos y pinturas. No es hora de pasatiempos y banalidades cuando la exclusión económica condena a una muerte infame a media humanidad, cuando además, el concepto engañoso de lo global pretende suplantar el sentido sempiterno de la universalidad del hombre.