La conquista de América supuso la expansión del capitalismo y una primera globalización. A ella se adosó una visión centralista europea que dominó hasta ahora nuestra historiografía, incluso la del arte. En otras palabras, una visión totalitaria de la historia, bajo una concepción universalista en la cual, las historias singulares de naciones, regiones y hasta continentes, quedan al margen. Lo trágico es la ideología de superioridad racial y cultural que introdujo la violenta evangelización y la conquista y dominación continental. Baste recordar que en 1452, Nicolás V emitió la bula papal Dum Diversas, que concede el rey de Portugal el derecho de reducir cualquier "sarraceno, pagano y cualquier otro incrédulo" a la esclavitud hereditaria. Esta aprobación fue ampliada en su bula Romanas Pontifex de 1455, que agrega entre las justificaciones que los africanos eran “seres parlantes inferiores”. De este modo, paradójicamente, el cristianismo que fue la religión de los esclavos romanos, se transformó en la religión de los esclavistas en los umbrales de la llamada modernidad. Tampoco la Reforma trajo a las colonias un pensamiento de igualdad hacia los conquistados; es conocido que el “apparteid” fue aplicado por el colonialismo inglés. En la actualidad asistimos a una globalización que se orienta a establecer un mundo con centro en Estados Unidos, y si bien el proceso no es idéntico, guarda similitudes: hay quienes revestidos de liberalidad y progresismo, adoptan la mentalidad del dominado y predican en nuestro país un hacer artístico como en New York.Esa mentalidad impuso que hasta las primeras décadas del siglo XX se ignorara la existencia de las antiguas civilizaciones americanas. Fue con la revolución agraria mexicana (1910), que impulso las excavaciones en el Yucatán y en el Teoticlan, y con el descubrimiento del Machu Picchu en 1911 por Hiram Bingham, que el mundo tomó conocimiento de que América no estuvo habitada por bárbaros, sino por civilizaciones que cultivaban desde la papa, el maíz, a frutos como el tomate o la naranja, que poseían ciertos conocimientos y técnicas superiores a los europeos, y unas artes plásticas excepcionales, lo cual nos introduce a observar que los tiempos de evolución americana nunca fueron simultáneos a los de Europa.Por eso, al reflexionar en nuestra realidad americana desde el hoy, no sólo debemos abarcar este bagaje histórico, sino también incluir la idealización de la Europa progresista, reflejada en el célebre libro “Utopía” (1516) de Tomás Moro, en “La Nueva Atlántida” de Bacon (1627), o en la visión del “buen salvaje”o indio que Rousseau proyecta en su “Contrato Social”, y de tantos más, que vieron en América un espejo de fascinación y magia. Así renacentistas, utopistas, románticos, cientificistas, positivistas, agnósticos, librepensadores, surrealistas, hallaron en América ese diseño de modernidad capaz de generar, entre dualidades múltiples, un mundo tan posible como imposible.Aníbal Cedrón, publicado en Caras y Caretas, agosto del 2008.
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