SURVERSIÓN es un sitio para pensar sobre el lenguaje, en especial el arte visual del plano, como es la pintura. Pero el término posee un significado político y cultural más amplio, al cual subordino el nombre del sitio,no para diluir su especificidad temática, sino para profundizar desde la comprensión amplia del universo social, en que desenvolvemos nuestra labor artística. Por éso , me detengo a definir el nombre de surversión y a pensar sobre la cultura predominante.
Para mí, surversión representa subvertir el punto de vista para pensar el destino colectivo y personal como sudamericanos. Fue un término que inventé a mediados de los noventa, cuando tras el fracaso del socialismo real y la desintegración de la URSS, el triunfo capitalista y la globalización financiera -motorizada por el consenso de Washington (1980)- cundió la mentalidad de enterradores , que declaraba el fin de la historia, el fin de las ideologías, y el fin de la conflictividad social. Este triunfo por sobre el fracaso económico soviético, fue un triunfo cultural e ideológico.
Henry Kissinger escribió por 1992, a cerca de las razones del triunfo capitalista: en primer lugar, la hegemonía norteamericana sobre los medios comunicacionales , los medios audio visuales, la producción televisiva y cinematográfica, o en general de los sistemas de reproducción masivos audio visuales.
En segundo lugar, del lenguaje musical y hasta de los gustos culinarios o por determinadas prendas textiles. Así se imponía una cultura uniformizadora y consumista, que se globalizaba para someter las culturas locales. De modo tal que en el planeta parecía abierta una casa de pompas fúnebres, que envasaba en ataúdes - apenas nacían- las ideas y proyectos que representaban lo nuevo. En la amalgama de tantas sombras, se extendía el escepticismo y la resignación en el pensamiento humanista y socialista, sobre la capacidad política para transformar la sociedad humana, al punto de neutralizar el lenguaje y borrar la palabra más activa del habla que es revolución.
También la victoria del imperialismo norteamericano suponía la desintegración de naciones y pueblos; así bajo la mal llamada globalización se conformaron más de 85 países nuevos. En verdad, se debilitaban los Estados nacionales, la autodeterminación de los pueblos, y la cooperación solidaria entre los países, para imponer un nuevo orden internacional, de opresión imperialista. Así los países más débiles y pobres, estaban obligados por el gran capital financiero, a endeudarse con los bancos de los países centrales y a pagar la voracidad capitalista, siguiendo las recetas de los organismos internacionales como el FMI. Lo que era posible por una cultura de la dependencia, que es para ciertos intelectuales y economistas argentinos o latinoamericanos, como una suerte de síndrome de Down.
Por otra parte, la cultura dominante nutrida por el capitalismo financiero, es una cultura exhultante del irracionalismo, de muerte y anomia, en cuanto a fomentar no sólo la destrucción de conocimientos, saberes y valores civilizatorios y solidarios que hacen a la condición humana, sino de los lenguajes que articulan el pensamiento y la imaginación, resultado de miles de años de historia.
Es que el capital financiero, como actualmente lo evidencia la crisis económica mundial -originada en la bolsa newyorkina de Wall Street- es la forma más improductiva y especulativa del capital. Karl Marx fue el primero en advertir la prominencia del capital financiero , porque el capitalismo tendía a buscar la forma más fácil y rápida de reproducirse, que fue lo que orientó el Consejo de Washington para expandir el capitalismo desde el financiero. Claro que, como también advirtió Marx, la dirección del desarrollo capitalista escapaba a la voluntad de los capitalistas. Esto hace también a generar incertidumbre sobre el futuro social, pero especialmente a la cultura de anomia predominante, porque la misma es el reflejo de las especulaciones financieras como las que se viven en el centro mundial de Wall Street. Es que los valores inflados de las hipotecas y luego de los llamados comodities -entre ellos la soja- son valores teológicos como los llamaba Marx a los precios que se imponían en la comercialización de los bienes de consumo. Por éso a propósito de la "burbuja financiera" en la bolsa newyorkina, me permito como dibujante artístico descubrir la mayor expresión del dibujo abstracto, por el dibujo de los balances balances bancarios y empresarios presentados en Wall Street.
En esta cultura e irracionalismo predominante, no se puede soslayar la destrucción del medio ambiente o de la naturaleza que provoca la voracidad capitalista. En paralelo, la guerra como perspectiva permanente, para extender geopolíticamente el Imperio, para satisfacer la voracidad del complejo industrial militar y petroquímico estadounidense, para controlar los recursos naturales y energéticos, desde los Balcanes a Medio Oriente o al Cáucaso. También las guerras estimuladas por el colonialismo, entre etnias inventadas y religiosas, como en Bosnia y Sarajevo -la ciudad de los cuarteles de la resistencia al nazismo, conducida por Tito-, el genocidio en Ruanda -resultado del feroz colonialismo holandes- o de los kurdos en el Irak de un Sadam armado por el imperio norteamericano, o el terrorismo de los talibanes - ex caballeros de la libertad en Afganistán-, y Bin Laden, ex agente de la CIA.
Todo ello se consuma bajo la teología neoliberal que fundamenta la subordinación de los Estados nacionales a la "libertad de mercado" o la "mano invisible de Dios", y su no intervención. En un mundo en que se impone la fuerza por sobre la razón, la hegemonía imperialista, este neoliberalismo justifica la intervención militar y la guerra de conquista en nombre de los valores de la libertad y la democracia, como ayer el colonialismo se amparaba en nombre de los valores civilizatorios .
Como artista debo manifestar mi indignación y rebeldía frente a la teología y fundamentalismo neoliberal que orienta el mercado de arte, y que encubre en una supuesta "autonomía" del arte y libertad creativa.
Mientras en los noventa, el proclamado "fin de la historia" sugería la desaparición del conflicto social, y por lo tanto de la presión histórica y política sobre el artista; ahora una suerte de neopositivismo, alienta el individualismo y el apoliticismo entre los artistas, porque -como diría Eric Hochsbaum- al fracaso del socialismo se suma la quiebra capitalista, que alimenta el escepticismo político y cultural sobre la sociedad humana, al cual ya me referí, y la irrativilidad tan portoargentina, por la frustración personal de no alcanzar el éxito comercial o la gran zanahoria que ofrece el mercado y consumir la mentida libertad del artista. Lo peor es el plano inclinado por el deterioro social que en lo ideológico arrastra hacia un neofacismo populista y donde las voces que autorizan los oligopolios mediáticos son los "famosos" de la pantalla televisiva: integrantes de una farándula de ratas monstruosas con piel humana.
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